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Desigualdad: La Revancha de las Clases Populares

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Desde 1995, la concentración de la riqueza global en manos de multimillonarios ha escalado significativamente, pasando del 1% al 3%. Este dato ha sido interpretado como un claro indicador de que el sistema económico global beneficia desproporcionadamente a una élite, una percepción que se ha confirmado con el aumento del número de ricos en la última década. La insatisfacción entre los ciudadanos ha crecido y se ha manifestado en un deseo de revancha, lo que ha llevado al escritor y periodista Andrea Rizzi a describir nuestra era como «La era de la revancha». En su libro, Rizzi señala que las élites han operado con una avidez depredadora, reminiscentes de las descripciones de Dante, provocando así un profundo resentimiento social, especialmente en América Latina, un indicador de la desconfianza hacia el sistema materializado en diferentes movimientos sociales y políticos.

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La globalización, que inicialmente ofrecía promesas de desarrollo y prosperidad, ha provocado un desplazamiento de empleos y ha amplificado la desigualdad. Rizzi argumenta que el malestar de las clases populares surge de la sensación de marginación y desamparo, alimentada por un sistema en el que solo ciertos sectores han podido prosperar. A nivel global, aunque se han observado reducciones en la desigualdad en algunos países, la situación dentro de las sociedades occidentales refleja un aumento del descontento entre aquellos que sienten que sus actores políticos no defienden sus intereses. Este fenómeno ha generado un caldo de cultivo propicio para el auge de políticas populistas que prometen un cambio radical, aunque a menudo carecen de soluciones efectivas.

El sociólogo Branko Milanović sostiene que aunque la desigualdad global ha disminuido, el descontento en las clases populares persiste, creando una contradicción aparente entre números y realidades vivenciales. Rizzi explica que esta insatisfacción se manifiesta en un clamor por la justicia social, reflejando dos realidades que, aunque opuestas, coexisten: por un lado, el progreso de algunos países, y por otro, el retroceso y la precariedad de muchos ciudadanos que se sienten atrapados en un sistema que ya no les garantiza oportunidades de mejora.

Además, Rizzi subraya que la crisis de las instituciones políticas, como partidos y sindicatos, ha debilitado la capacidad de las clases populares para defenderse del capitalismo desmedido que favorece a unos pocos. La falta de regulación y el ascenso de un entorno cultural donde el éxito de las élites es constantemente visibilizado en redes sociales han intensificado los anhelos y frustraciones de las clases que han quedado rezagadas. Este panorama ha generado tensiones que pueden desembocar en turbulencias políticas y el apoyo a figuras que explotan el descontento social, llevando a una polarización aún mayor en el espectro político.

Finalmente, el descontento profundo de las clases menos favorecidas en América Latina ha dado lugar a un terreno fértil para el populismo, alimentando el ascenso de líderes autoritarios que prometen soluciones rápidas a problemas complejos. Si bien hay ejemplos de gobiernos exitosos que han logrado implementar políticas pragmáticas, como los de Uruguay y Costa Rica, las crisis recurrentes y el manejo ineficaz de servicios básicos continúan siendo un desafío. La insatisfacción generalizada, sumada a un contexto de inseguridad creciente, plantea la necesidad de revisar y reformar profundamente los sistemas políticos y económicos en la región, para restablecer la confianza en las instituciones y ofrecer nuevas oportunidades a las clases populares.

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