El ceremonial del cónclave en el Vaticano, un ritual que se ha mantenido casi intacto a lo largo de las décadas, es uno de los momentos más esperados y significativos dentro de la Iglesia Católica. Este proceso se inicia con la llegada de los 133 cardenales electores a la Casa de Santa Marta, donde cenarán juntos la noche anterior al cónclave. Desde ese momento, estos purpurados quedan aislados del mundo, totalmente incomunicados, un acto que simboliza su compromiso a buscar, guiados por el Espíritu Santo, al nuevo líder de la Iglesia.
El cónclave comienza oficialmente con una misa celebrada por el decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista Re, en la Basílica de San Pedro, conocida como misa “pro eligendo Papa”. Durante esta ceremonia abierta a los fieles, se invoca la asistencia divina, un momento que precede el inicio de un proceso que culminará en la elección del Santo Padre. La parte más ceremonial y dramática del día llega cuando los cardenales, en procesión, se dirigen a la Capilla Sixtina, donde con el canto del Veni Creator buscan la iluminación del Espíritu Santos para la tarea que tienen por delante.
Una vez en la Capilla Sixtina, se lleva a cabo un solemne juramento, seguido de la proclamación del ‘Extra omnes’, lo que indica que los cardenales electores comienzan su trabajo en estricto secreto. Las puertas se cierran y se da inicio a una serie de votaciones que se realizarán en la mañana y en la tarde. Para ser elegido, un candidato debe obtener dos tercios de los votos de los cardenales presentes, un reto significativo que puede requerir varias rondas de votación hasta que se logre alcanzar un consenso.
El proceso de votación es meticuloso y tradicional. Cada cardenal recibe papeles en blanco, donde escribe el nombre del candidato que considera adecuado para ser el nuevo Papa. Este momento está cargado de significado ya que cada elector pronuncia un juramento solemne ante el altar, manifestando la importancia de su decisión. Después de la votación, las papeletas son quemadas y el color del humo que resulta de esta acción indica al mundo exterior el resultado del sufragio —humo negro si no hay elección, y blanco si se ha elegido al nuevo pontífice.
Finalmente, si se produce la elección, el humo blanco surgiendo de la chimenea de la Capilla Sixtina se acompaña del repique de las campanas de la Basílica de San Pedro, informando al mundo de la buena nueva. Después de este momento culminante, el designado se prepara en la «sala de las lágrimas», donde se le proporcionan vestiduras pontificias. Este espacio es emblemático, ya que es el lugar donde el nuevo Papa puede liberar las emociones acumuladas tras una intensa jornada, sintiendo la magnitud de la responsabilidad que ha asumido.








